Rosa Domènech: «Hay que mostrar la vida que salva los paisajes»

Rosa Domènech: «Hay que mostrar la vida que salva los paisajes»

Entrevista a la enóloga, copropietaria de Cellers Xavi Clua y presidenta de la Asociación de Mujeres del Mundo Rural.

Rosa Domènech, la enóloga, copropietaria de Cellers Xavi Clua y presidenta de la Asociación de Mujeres del Mundo Rural / Cedida


“No me quejo de ningún gobierno sino de las personas. Una vez más queda claro que es más importante la zona metropolitana de Barcelona que las Tierras del Ebro”. Cuando conversamos, pronto hará 48 horas que se declaró el incendio forestal de Paüls. Quema un paisaje emocional que costará restaurar. No puede sino lamentar la desatención que vive el sur. “No queremos vivir de ayudas, sino de trabajar la tierra, pero con condiciones”. Rosa Domènech es enóloga y presidenta de la Asociación de Mujeres del Mundo Rural. Nació en casa de campesinos, en Vilalba dels Arcs, en la Terra Alta, y desde pequeña tuvo claro que quería estudiar enología. “He mamado los lagares”, advierte. La abuela le decía que tenía que ser maestra porque eso de hacer vino era cosa de hombres, pero los padres siempre la apoyaron en su decisión. “Mi madre era una mujer que hacía todos los trabajos del campo, recuerdo cómo podaba cepas, pero no estaba visibilizada, y el padre era cooperativista, muy implicado en el tejido social de Vilalba”, recuerda. Y de su mano fue a matricularse en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. Quinta o sexta promoción de Enología en una facultad que era referente en todo el Estado español. Después completaría los estudios en Borgoña, gracias a las gestiones de la también enóloga y maestra, Montse Nadal. “Tendría que volver con toda la experiencia de los años, a Borgoña. Cuando estás allí y eres joven no lo valoras lo suficiente. En todo caso, sí que vi la proyección del vino y cómo trabajaban. Entendí que en la Terra Alta tenemos un suelo precioso que nos ayuda a madurar la uva, pero aprendí otras maneras de vinificar los vinos blancos con técnicas que aquí no se empleaban aún, como el battonage”. Es una mujer reflexiva que habla con vehemencia porque la puede la pasión; trabaja discretamente en la bodega Xavier Clua, junto a su marido. Tiene una trayectoria sólida, ganas de ampliar la mirada y tratar de resolver los problemas endémicos de la agricultura. 

 

“Al regresar de Francia, estuve 8 años en la cooperativa de Batea. El cooperativismo te enseña muchas cosas, mi hermano todavía está allí, pero también intentas muchas que no salen. Hay que hacer que los socios entiendan que la cooperativa es su propia empresa. Se deben pedir resultados. Implicarse”, propone. En 2006 se suma al proyecto familiar de su marido; la familia Clua se había dedicado a vender vinos a granel y en 1995 embotellan por primera vez en la bodega Xavier Clua. Celebrarán 30 años en 2027. Cuando Rosa Domènech se incorpora, compran una finca y deciden construir una bodega nueva para poder elaborar toda la uva que cuidan. “Con Xavi nos llevamos muy bien, pero es importante tener un espacio separado, más allá del compartido”, responde cuando se le pregunta por cómo es vivir y trabajar juntos. “A él no le gusta catar los vinos dulces, por ejemplo, y lo hago yo, como tampoco la gestión comercial. Pero los cupajes los trabajamos juntos y también vinos que nos identifican y hablan de nuestra mirada común del territorio, los Il·lusió”, comentará Rosa Domènech. “Siempre habíamos hecho vinos de cupaje, también con variedades foráneas porque yo estuve en Borgoña y él en Burdeos. Algunas de ellas, como el merlot, las estamos reimplantando ahora. Pero el proyecto común han sido los monovarietales de garnacha blanca por un lado y fina y peluda por otro, de viñas viejas de la familia. Y con los vinos hemos hecho homenaje a mi padre primero y a las gemelas, las ahijadas, después”, dirá. 

Rosa Domènech, la enóloga, copropietaria de Cellers Xavi Clua / Cedida

“Son vinos que hablan de nosotros y del territorio y que muestran nuestra evolución y también la de la Terra Alta”, sintetiza Domènech. “Desde Xavier Clua hemos mostrado que la Terra Alta no es solo garnacha blanca, también sabemos hacer vinos tintos. Lo demostramos cuando ganamos en 2014 el Vinari con la añada 2011 del Mil·lenium, cupaje de garnacha negra, cabernet sauvignon y syrah”. Hoy los vinos tienen un mínimo de 50% de variedades autóctonas; cada vez pesa más la uva autóctona y ancestral. “En la Terra Alta se están haciendo bien las cosas, pero aún somos muy jóvenes. Hay gente joven haciendo vino y las grandes bodegas se fijan en eso y eso significa que la calidad está ahí, pero es una denominación de origen que tiene que aprender aún y con el cambio climático aún más. Cuando comenzamos, el riego no era importante, no lo queríamos porque no queríamos producir más, pero ahora lo necesitamos para subsistir. Cada vez más tenemos que jugar con factores externos como es el agua. Los cuatro años de sequía nos han hecho reflexionar a fondo. Si continuamos haciendo las cosas bien, podemos llegar lejos. Creo que estamos haciendo vinos que pueden tener un recorrido largo y mostrar la riqueza y diversidad del territorio”, comenta con total convencimiento. “La virtud de un gran vino es que te lleve al lugar de donde es, transmitir tu propio territorio y creo que con la garnacha blanca de la Terra Alta lo hemos conseguido. Ha habido este punto de inflexión de reconocer de dónde viene. Si la probamos a ciegas, volvemos a casa. Vino bueno se hace en todas partes, pero lo más importante es que tenga identidad”, añade Rosa Domènech. Le gusta decir que “el vino son sensaciones y momentos” que “hay la mano y el corazón de quien lo hace” y que a menudo “te recuerdan dónde estás y con quién”. Es toda esa ciencia empírica que ahora estudia la neuropsicología para comprender qué sentimos ante una copa. 

 

Lidera no solo en la bodega, sino también en la asociación de Mujeres del Mundo Rural, de manera transversal e inclusiva. Actualmente es la presidenta: “Estar allí me ha dado la visión de que hay mucha gente que no ha tenido las mismas oportunidades que yo siendo mujer y especialmente un vínculo con muchas personas que hacen un trabajo extraordinario en el sector primario. Dentro mismo de la asociación se ve el vino como algo muy glamuroso, pero no lo es. Tiene los mismos hándicaps que tantos otros trabajos, porque es una dedicación permanente los 365 días del año. Cuando aún no éramos asociación y hacíamos viajes, vinieron a la Terra Alta coincidiendo con la vendimia y vieron que septiembre es un mes de trabajar 24 horas, pero también lo es cuidar cada día y dar de comer a los animales, pienso yo, cuando escucho a las ganaderas”.

La asociación le ha regalado perspectiva, amplitud de miras y red. “Hacen cosas increíbles, te abren la mente. No es que tú lo hagas bien, es que ves que hay mucha otra gente que también y eso pasa en un país que no valora para nada el sector primario”, se lamenta. Y en este sentido, añade: “En la asociación hemos discutido muchos de los temas que después ha recogido Revolta Pagesa: la burocratización, el despoblamiento, el relevo generacional. Y escuchamos la voz de Ruth Domènech, experta en los incendios de California, que nos decía que donde hay agricultura no hay combustible vegetal. Y que si no tenemos rebaños para limpiar el sotobosque y agricultores que desarrollen el mosaico agroforestal, perderemos parte del paisaje. El Parque Natural de los Puertos de Tortosa-Beseit está abandonado y ahora, con el incendio, se ha puesto nuevamente de manifiesto”. “Debemos saber qué modelo de agricultura queremos en Cataluña, qué queremos ser de mayores, quizás tenemos que mirar más a los agricultores. Estas reflexiones nos las hacemos en la asociación, porque lo que no queremos sí que lo sabemos. Hay que animar, por otro lado, a la gente joven y decirles que se puede vivir del campo creando productos con valor, pero hay que mostrarles que existe. Cuando vamos a la Feria del Estudiante con los hijos para ver las salidas profesionales, no vemos las escuelas agrarias, ni las adeefes, ni los centros tecnológicos forestales y allí también hay mucha gente con talento trabajando. Hay que mostrar la vida que salva los paisajes”, dice con un punto de indignación. 

No obstante, intenta ver el vaso medio lleno, pero hay males endémicos que no puede dejar de nombrar: “Hago enología de ordenador, me he convertido en una burócrata. La pandemia mostró el valor de la agricultura, pero parece que ya no lo recordamos. Ni miramos etiquetas ni nada. Entiendo que todo se debe hacer bien, pero estamos cansadas de tanto papeleo. Hay momentos que dan ganas de dejarlo y entiendo a la gente mayor que lo deja”. Dicho esto, intenta entusiasmarse con retos colectivos que tienen por delante: “El año pasado en el Congreso de la Asociación de Mujeres Rurales hablamos de agua y economía. Este año invitamos a hacer una reflexión sobre la gastronomía coincidiendo con la declaración de Cataluña como Región Mundial. Queremos reivindicar que siempre hay una mujer detrás de una buena cocina aunque siempre salen muchos hombres”. 

Familia de la bodega Xavier Clua / Cedida

Tiene una larga lista de vinos para recomendar. Piensa en un rosado francés que ha bebido hace poco, pero rápidamente vuelve al país y comienza a nombrar garnachas blancas, como Els Amelers de La Fou o Les Brugueres de La Conraria d’Scala Dei. De hecho, compartió este vino hace pocos días con unos holandeses que los visitaron en la bodega en una cena en Cambrils. Conoce quién lo hace, y por eso aún lo aprecia más. Pero tiene ganas de abrir Les Terrasses, de Álvaro Palacios: “Me lo regaló un amigo y no recuerdo la cosecha que es, pero lo tengo en el mueble de vinos y lo abriremos pronto con Xavi porque quiero reencontrar sensaciones. Es de esos vinos iniciáticos que nos hicieron ver hacia dónde iría el Priorat”. También menciona vinos de la enóloga Noemí Poquet y Jaume Clua. Pero de decantarse por una recomendación, diría el cava Reserva de la Familia de un amigo, de Pere Mata, un hombre discreto. Esto habla mucho de ella, también de su trabajo constante y perseverante, aislada de los focos. Una mujer injertada en Vilalba dels Arcs que defiende el lápiz y el papel – “eso nunca falla” – por delante de la tecnología. A través de la bodega y de la asociación intenta preservar la comarca y el país, pero no se lo ponen fácil. “Estamos cargados de energía eólica en la Terra Alta. No estamos en contra de las renovables, pero sí de la masificación. Porque entonces si no, ¿qué hacemos? ¿Una comarca de turismo eólico?”. Lanza al aire una pregunta que duele. Nadie la recogerá. Y tampoco quiere dejar de compartir que una hora después de que se declarara el incendio, las llamas ya parecían graves: “Y no había ninguna avioneta sobrevolando los Puertos. Creo que se despistaron aquí, los políticos. Sí, se aceleró por el tema del viento que siempre va en contra, pero…”. Y no hacen falta más palabras. El sur de nuevo lamentándose porque nunca ha sido la prioridad de nadie que ha gobernado el país.